ICE EN FLORIDA: ENTRE LA SEGURIDAD Y EL MIEDO

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Florida amaneció con un sobresalto que todavía resuena en comunidades de todo el estado. La reciente operación de ICE —enfocada en la detención de presuntos depredadores sexuales con antecedentes migratorios irregulares— desplegó un dispositivo masivo que incluyó arrestos, conferencias de prensa y un mensaje claro: tolerancia cero. Pero lo que para algunos representa justicia, para otros representa un miedo silencioso que vuelve a crecer entre las comunidades inmigrantes.

La operación, bautizada con un nombre contundente, buscó enviar la señal de que Florida no será “refugio” para criminales. Y sí, la narrativa oficial es poderosa: proteger a menores, a familias, a ciudadanos vulnerables. Sin embargo, en los barrios donde la desconfianza hacia la autoridad ha crecido durante años, los efectos secundarios son inevitables. Porque una operación de alto impacto siempre tiene dos historias: la que se cuenta en la rueda de prensa… y la que se vive en la calle.

Un golpe que va más allá de los detenidos

Aunque ICE insiste en que las detenciones estuvieron dirigidas exclusivamente a individuos con historial sexual peligroso, la percepción social no es tan lineal. En muchos vecindarios latinos de Miami-Dade, la intervención reactivó el temor de operativos más amplios, esos que no distinguen entre criminales y trabajadores indocumentados sin antecedentes. La gente siente la tensión en el aire: más patrullas, más controles, más incertidumbre.

Para quienes viven en un estatus migratorio irregular —o conviven con familiares sin papeles— una operación como esta tiene efectos colaterales: padres que dejan de llevar a sus hijos a la escuela, personas que evitan consultas médicas, empleados que faltan al trabajo por miedo a retenes. Es el mismo patrón que se repite cada vez que ICE ejecuta una redada mediática: el mensaje va dirigido a unos pocos, pero la ansiedad la recibe toda la comunidad.

El impacto psicológico es profundo. Y eso es lo que muchos líderes comunitarios están denunciando: “La seguridad es importante, claro. Pero la seguridad no puede destruir el bienestar de quienes no han cometido ningún delito.”

Una Florida atrapada entre dos narrativas

La batalla de fondo no es legal, sino emocional. Para una parte del estado, estos operativos son necesarios, incluso inevitables. Representan la idea de que Florida debe protegerse, endurecer controles y garantizar justicia. Para otra parte, representan excesos, estigmatización y una escalada peligrosa donde ser inmigrante —con o sin documentos— se convierte en un riesgo constante.

Ambas narrativas tienen fuerza. Ambas tienen dolor. Ambas emergen desde experiencias reales. Y ahí es donde Florida, y especialmente Miami, queda atrapada: entre quienes ven en ICE un escudo protector, y quienes sienten en ICE un recordatorio del miedo que marca sus vidas desde hace décadas.

La operación también se cruza con un contexto político cargado: una Florida más conservadora, más vigilante, más estricta. Una Florida donde la retórica de “ley y orden” se usa como capital electoral, especialmente en años preelectorales. Y una Florida donde millones de inmigrantes —muchos con familias mixtas, estatus mixtos y realidades complejas— viven con la sensación de que en cualquier momento pueden ser interpretados como “parte del problema”.

Seguridad, sí. Pero ¿a qué costo?

La pregunta que queda suspendida en el ambiente no es si los criminales deben ser detenidos —esa respuesta es obvia. La pregunta real es qué modelo de seguridad está construyendo Florida. Uno quirúrgico, dirigido y preciso… o uno expansivo, que genera miedo indiscriminado.

Porque cuando las comunidades dejan de confiar en la policía, todas pierden. Cuando las personas temen denunciar delitos, los abusadores ganan. Cuando los barrios sienten que su voz no importa, la ciudad entera se vuelve más frágil.

Florida debe enfrentarse a su propio espejo:
¿La seguridad que reclama justifica el miedo que provoca?

Miami, con su historia de resiliencia y diversidad, sabe lo que está en juego. Y mientras la política juega su partida, en las calles la gente solo quiere una cosa: vivir sin miedo.