Florida antes y después de Ron DeSantis

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Desde que Ron DeSantis llegó a la gobernación de Florida en 2019, el estado dejó de ser solo “el paraíso del sol y los impuestos bajos” para convertirse en un laboratorio político nacional. Sus defensores hablan de orden, crecimiento y mano dura; sus detractores, de un experimento ideológico que ha cambiado la cara de Florida.

En lo económico, los números le sonríen. Florida ha mantenido uno de los crecimientos laborales más sólidos del país: en enero de 2025 sumó más de 113.000 empleos respecto al año anterior y el desempleo lleva más de cuatro años por debajo del promedio nacional. El estado sigue atrayendo población a ritmos superiores al 1,5 % anual, con miles de residentes mudándose desde estados con impuestos más altos.

Pero ese boom tiene matices. Una gran parte del empleo está en sectores de baja remuneración —turismo, ocio, servicios— mientras que industrias mejor pagadas como manufactura y construcción han perdido peso. El crecimiento se apoya en muchos trabajos precarios y en una brecha cada vez mayor entre quienes pueden pagar una renta que no deja de subir y quienes viven al filo. El “milagro DeSantis” no se siente igual en Brickell que en Hialeah o en los pueblos del interior.

Donde el cambio es más visible es en el terreno cultural y educativo. En 2022 se aprobó la ley de “Derechos de los Padres en la Educación”, conocida mundialmente como “Don’t Say Gay”, que limita la discusión de orientación sexual e identidad de género en las aulas de primaria y permite a los padres demandar a los distritos escolares. A esto se sumó la llamada Stop WOKE Act, que restringe cómo se enseñan temas de raza, historia y discriminación en escuelas y empresas, y que hoy enfrenta batallas en tribunales federales por posibles violaciones a la Primera Enmienda. El mensaje político es claro: la educación debe alinearse con una agenda conservadora sobre familia, género y pasado histórico.

La batalla ideológica también ha llegado a universidades y museos: cambios en juntas directivas, revisión de programas y una cruzada abierta contra lo que el gobernador llama “ideología woke”. Para sus seguidores, se trata de recuperar el control frente al “adoctrinamiento progresista”. Para sus críticos, es un ataque a la libertad académica y a la diversidad en un estado construido por minorías y migrantes.

En inmigración, Florida pasó de ser simplemente un estado receptor a convertirse en punta de lanza de la línea dura. La ley SB 1718, firmada en 2023, obliga a grandes empleadores a usar E-Verify, penaliza la contratación de indocumentados, exige a hospitales que pregunten por el estatus migratorio de los pacientes y criminaliza el transporte de personas sin papeles hacia el estado. Estudios recientes describen un clima de miedo, caída en la búsqueda de atención médica y temor de separación familiar, mientras que agricultores y constructores alertan por la falta de mano de obra. Otras normas aún más agresivas, que buscan castigar la entrada irregular al estado, están hoy congeladas por cortes federales y el Tribunal Supremo, que han frenado intentos de criminalizar la mera entrada de personas en situación irregular a Florida.

En derechos civiles, el giro también es evidente. Florida pasó de permitir el aborto hasta las 15 semanas a aprobar una de las leyes más estrictas del país, que lo prohíbe desde las seis semanas de gestación, cuando muchas mujeres aún no saben que están embarazadas. Organizaciones médicas y de derechos reproductivos advierten de un aumento de viajes a otros estados y de un peso desproporcionado sobre mujeres pobres y migrantes.

¿Qué significa todo esto en la vida diaria? Para muchos votantes conservadores la Florida de DeSantis es un refugio: menos impuestos, escuelas “bajo control”, un gobernador que confronta a Washington, a Disney y a las corporaciones tecnológicas. Para buena parte de la población migrante, la comunidad LGBTIQ+ y el sector académico, el paisaje es otro: más miedo, más autocensura y la sensación de vivir en un campo de batalla cultural permanente.

El balance es el de un estado más rico en cifras macroeconómicas y más polarizado en lo social; más atractivo para quienes buscan un bastión conservador y más áspero para quienes no encajan en ese molde. Florida siempre fue un termómetro de Estados Unidos. Con DeSantis, se ha convertido también en advertencia: así puede lucir el futuro del país si la guerra cultural termina dictando la política pública.