Hospitalización de Boris Johnson causa confusión y vacío de poder en Reino Unido

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El Gobierno británico parece una casa de papel de la vida real, asediado por un enemigo (el coronavirus) que no se anda con chiquitas y tiene toda la artillería a sus puertas, con su líder alejado del centro de operaciones y mucho más preocupado de lo que intenta transmitir, desbordado por los acontecimientos, y los miembros de la banda peleados entre sí sobre quién manda, mientras intentan apagar los fuegos, paralizados a la hora de tomar decisiones clave como cuándo acabará el confinamiento y la estrategia para regresar poco a poco a la normalidad.

Sobre la condición del primer ministro Boris Johnson no hubo ayer un parte médico de los doctores que lo atienden en el hospital de Saint Thomas, sino una declaración de su sustituto, el secretario del Foreign Office Dominic Raab, indicando que se encuentra estable, no tiene neumonía, no está intubado y tan sólo se le está suministrando oxígeno a través de una máscara facial no intrusiva. ¿Por qué se encuentra entonces en una unidad de cuidados intensivos? Unos dicen que por mera precaución, lo cual ha llevado al portavoz de Downing Street a negar que esté recibiendo un trato de favor fuera del alcance del resto de los ciudadanos. Otros, que cuando alguien entra en la UCI es porque algún órgano vital (pulmones, corazón, hígado…) se encuentra amenazado, o el sistema inmune está descontrolado, o se teme que pueda necesitar respiración asistida, para la que tendría que ser sedado y no es accesible en las habitaciones normales.

Con más de seis mil muertes ya como consecuencia de la epidemia, de ellas casi ochocientas en las últimas veinticuatro horas, la sensación de confusión y vacío de poder ha aumentado con los interrogantes por la salud del premier, y las peleas entre los miembros del Gabinete por el reparto del protagonista y la toma de decisiones. En una escena casi surrealista, el canciller del ducado de Lancaster y responsable del Brexit, Michael Gove, hizo por la mañana unas declaraciones dejando claro que Raab no era un líder en funciones sino un suplente ocasional, sin capacidad para nombrar o despedir a nadie, y que todas las decisiones se habían de tomar colectivamente por el Gabinete. Que éste, si sus integrantes se ponían de acuerdo, incluso podían quitarle las riendas y nombrar a otra persona (lo cual es técnicamente cierto pero sería una bomba política). Y después de lanzar esa granada, envió un mensaje por Twitter anunciando que se aislaba en su casa porque un familiar había dado positivo

Sensación de vació de poder porque Downing Street parece un buque fantasma, como el del holandés errante. Johnson en la UCI, sin saber exactamente hasta qué punto lleva el timón, Gove en su domicilio, lo mismo que los dos principales asesores del Gobierno, Dominic Cummings porque cree que tiene la enfermedad y se le vio salir disparado del número 10, y Edward Lister porque tiene setenta años y se encuentra en el grupo de riesgo. Otros ministros, como el de Sanidad, Matt Hancock (que también reclama su cuota de poder por la naturaleza de su cartera), ya se han recuperado, pero en el famoso número 10 no quedan más que algunos funcionarios imprescindibles, achicando el agua que entra por todas partes.

En medio del caos sobre la línea de sucesión, un portavoz se ha visto obligado a aclarar que Raab es el sustituto oficial y preside las reuniones del Comité Cobra (Consejo Nacional de Seguridad) porque Boris Johnson así lo ha designado, y porque tiene el rango de “primer secretario”. De 46 años, hijo de un refugiado checo que huyó de los nazis en 1938, estudió en Cambridge y Oxford, es abogado de profesión y antes de entrar en política dirigió un equipo encargado de llevar criminales de guerra al Tribunal de La Haya. Ferozmente euroescéptico, participó en la campaña para la salida de la UE y dimitió del Gobierno de Theresa May en desacuerdo con el compromiso que había alcanzado con Bruselas. Disputó tras su caída el liderazgo conservador, pero cedió el paso al actual primer ministro, que le premió con la cartera de Exteriores y el título de primus inter pares . Se fía de él, pero no de Gove.

Cuando Boris Johnson dijo hace casi un mes que “muchos perderemos a nuestros seres queridos”, seguramente no imaginó que él se encontraría entre los enfermos, y que su novia Carrie Symmons, que está embarazada y recluida en su casa del sur de Londres, también contagiada, temería por su vida. Tampoco cuando apostó inicialmente por la idea de dejar que se infectara hasta el ochenta por ciento de la población para crear una inmunidad de grupo, y habló con naturalidad de que podría morir más de medio millón de británicos. Del hospital saldrá sin duda con una nueva perspectiva de la crisis y de las cosas. Es un hombre relativamente joven (55 años), con algo de sobrepeso pero fuerte y en buena forma física, que juega con regularidad al tenis y hace yoga, y sin embargo el coronavirus le ha pegado duro.

Mientras en Londres reinan la confusión y el descontrol, en Irlanda (donde hasta ayer había cinco mil casos y 210 muertos) se tomaron medidas más rápidas de confinamiento a pesar de que el resultado de las elecciones de febrero no dieron una mayoría absoluta y hay un Gobierno provisional. El taoiseach (primer ministro) Leo Varadkar, que antes de dedicarse a la política ejercía de médico, ha predicado con el ejemplo, revalidado su título, y un día a la semana se dedica a atender llamadas de pacientes temerosos de haber pillado la enfermedad. Eso pasa en Dublín. En Londres, con Boris Johnson en cuidados intensivos, nadie sabe quién dispone de los códigos para lanzar los misiles nucleares, si el premier los tiene a su vera en el hospital, o se los ha pasado a alguno de los ministros que se dan de tortas por aparecer en la casa de papel en que se ha convertido el Gobierno británico.

Fuente: La Vanguardia